viernes, 10 de diciembre de 2010

LA VERDAD OS HARÁ LIBRES



When the President does it, that means that it's not illegal. (Richard Nixon)

La teoría dice que en la liturgia de las elecciones gubernativas, el pueblo elige a algunos de ellos para que le representen, y deposita en sus manos el poder que democráticamente le pertenece, para que lo usen sabiamente en beneficio de todos. Y que los elegidos por el pueblo para gobernar tienen como único fin el bienestar de los gobernados a quienes representan, que en teoría son los verdaderos dueños del poder que temporalmente depositan en manos de sus representantes, por creer que es más práctico que el grupo de personas que trabajan con dicho poder sea reducido.

En la vida real, el individuo que anhela tocar el poder con sus manos, no va a buscarlo entre la gente corriente, sino entre un reducido grupo de privilegiadas asociaciones cerradas que son quienes realmente lo poseen y gestionan a su antojo: Los partidos políticos.

Verdadero reflejo de nuestra enferma sociedad, o quién sabe si ésta de ellos, los partidos son entes verticales profundamente antidemocráticos donde una oligarquía de mando, los famosos barones, toma las decisiones, y una más numerosa estructura de base, los militantes anónimos, escucha, obedece, colabora con su tiempo y su esfuerzo y, de vez en cuando, participa en asambleas debidamente precocinadas por la dirección para dar apariencia mayoritaria a las decisiones de ésta, que no tiene nada que temer incluso si pierde la asamblea precocinada. (Quien empiece a creer que exagero, que lea la didáctica historia del XXVIII Congreso del PSOE (1979), donde el secretario general del partido dimitió para forzar a la mayoría a aceptar una opinión minoritaria y acabó saliéndose con la suya, y después, lo ocurrido en el seno de ese mismo partido durante la pugna Almunia-Borrell (1997-1998), cuando el secretario general elegido por la mayoría de la militancia tuvo que dimitir porque no era el candidato de la dirección, al que se vio obligado a dejar paso).

Como digo, el partido es una sociedad cerrada. Elige exclusivamente de entre sus miembros a aquellos afortunados que se someterán al juego de las urnas para así ejercer el poder. Unos afortunados que por supuesto desde que entraron por primera vez en esta sociedad, se encuentran sometidos a su propio código de disciplina interna, que intenta evitar las discrepancias y salvaguardar los principios existenciales que, por supuesto, en cualquier momento pueden ser modificados desde arriba y muy raramente desde abajo. (De nuevo,ver los dos ejemplos antes citados).

Esta naturaleza cerrada no es ni mucho menos una casualidad. Evita que sean los propios ciudadanos que teóricamente poseen el poder quienes elijan según sus propios criterios a las personas a quienes desean dárselo. Y no lo evita teóricamente, sino desde el realismo más pragmático, porque el juego de las urnas hace indispensable una serie de apoyos para quien quiera jugarlo, principal pero no únicamente económicos, y dichos apoyos no están al alcance del individuo anónimo. Así pues, el individuo anónimo, como parte de esa unidad mayor grandilocuentemente llamada pueblo soberano, puede prestar su parte de poder, pero no puede elegir libremente quién lo ejercerá ni mucho menos ejercerlo él mismo sin acceder a una u otra de estas sociedades cerradas

El elegido,pues, como ya dijimos,se lo debe todo a su partido, a cuya disciplina se halla sometido, y cuyo programa ejecuta.El fin último es, evidentemente, alcanzar el poder máximo, esto es, el gobierno del pueblo. El problema es que el partido solo defiende sus propios intereses, los de aquellos que están en la cima de su pirámide y cuando alcanza el gobierno, si bien, por razones estéticas, debe aparentar que defiende los intereses generales de todo el pueblo, pues es ya a éste a quien gobierna y no meramente a sus militantes, lo cierto es que, cuando ambos entran en conflicto, tarda poco en dejar claro que sus intereses particulares están por encima de cualquier otra consideración. (Un ejemplo claro es la figura del diputado cunero. Alguien, que vive en una provincia para la cual la dirección ya tiene suficientes nombres para ocupar todos los puestos de esa lista, pero al que le ha prometido un sillón en el Congreso, bien por su apellido o por su labor. ¿Solución? Le pide que se mude a otra provincia, generalmente más pequeña, y lo presenta como diputado por ésta, a cuyos militantes tendrá que convencer de que un señor que no vive allí defenderá sus intereses mejor que uno de sus paisanos)

En su lucha por alcanzar el poder, la secta está dispuesta a casi todo, incluídas las heterogéneas alianzas temporales con sus rivales y el juego sucio más o menos encubierto (p.ej.el transfuguismo). Y cuando lo alcanza, y dispone de él para usarlo, el nuevo fin supremo es, obviamente, mantenerlo a toda costa, para lo cual, de nuevo, casi todo vale. Incluído, por supuesto de nuevo, el juego sucio. Ahora bien, el poder ofrece a quien lo maneja una herramienta perfecta para ocultar todo posible juego sucio: Las leyes de secretos oficiales, como el caso de la española 9/1968, de 5 de abril, posteriormente modificada por la 48/1978, de 7 octubre.

Dicha ley 9/1968 comienza diciendo ya desde el principio en su Exposición de motivos que, eso de que "las cosas públicas que a todos interesan pueden y deben ser conocidas de todos", "es principio general, aun cuando no esté expresamente declarado en nuestras Leyes Fundamentales." Y ya desde el inicio te pone la mosca tras la oreja anticipando lo que vendrá porque, si hablamos de algo tan serio como un derecho y un deber ("...pueden y deben ser conocidas de todos"), ¿por qué no había ninguna "Ley Fundamental" donde estuviera "expresamente declarado"?.

Por supuesto, lo que se podía anticipar, sigue inmediatamente, y, sólo dos párrafos más abajo, podemos leer que "es innegable la necesidad de imponer limitaciones, cuando precisamente de esa publicidad puede derivarse perjuicio para la causa pública, la seguridad del mismo Estado o los intereses de la colectividad nacional." (Fijaos en cómo se establece una disyunción nada casual : La seguridad del Estado o los intereses de la colectividad).

Sigue hablando de interesantísimas pero por supuesto nada detalladas "cuestiones" de "especial importancia ", "cuyo conocimiento por personas no autorizadas pueda dañar o ponga en riesgo la seguridad del Estado o los intereses fundamentales de la Nación ", (otra vez como una disyunción). Dichas cuestiones, llamadas en otros países «materias clasificadas», "constituyen los verdaderos «secretos oficiales» protegidos por sanciones penales que, tanto en el Código Penal Común como en el de Justicia Militar, alcanzan penas de la máxima severidad". Pero estas sanciones evitan la revelación de secretos oficiales "sólo de una manera indirecta, por medio de la intimidación", así que "Las medidas de protección eficaces son las que la propia Administración ha de establecer". Y por no ponerme más farragoso, artículo 1.2 de la citada ley:

"Tendrán carácter secreto, sin necesidad de previa clasificación, las materias así declaradas por Ley." Es decir, entre ellos se bastarán para decidir qué asuntos serán desconocidos para el "pueblo soberano".

Alguien que diga representarme, sobre todo en tareas tan transcendentales como la de gobernarme, tiene que compartir mis puntos de vista. Tiene que saber cómo veo las cosas. Tiene que ser mi igual y no olvidarlo jamás. Nunca podré apoyar a alguien para que con mi apoyo haga exactamente lo contrario de lo que yo haría, defienda unos intereses opuestos a los míos. Pero mi supuesto representante, en realidad, está en esto por las prebendas que recibe, por los privilegios que se le otorgan, que le separan del común de los mortales. O sea, que desde el principio deja de ser mi igual, de ver las cosas como yo, de defender únicamente mis intereses.

Y esos señores, que ponen sus intereses sobre los míos, que gracias a mí obtienen privilegios inmorales e injustos que los separan de mí, y que no rechazan ni comparten conmigo, trapichean entre ellos hasta sacar adelante una ley con la que se dan a sí mismos el poder para ocultarme información. ¿Alguien se extrañaría si una buena parte de esa información que me ocultan, en realidad, no fuera peligrosa para el país sino que solamente les dejase a ellos y su precioso partido con el culo al aire?

Un ejemplo famoso es el del autor de la cita que abre esta entrada, Richard Milhouse (sí,sí,el de Los Simpson) Nixon. Como sabréis, (porque por lo menos habréis visto la película Todos los hombres del presidente, protagonizada por Robert Redford y Dustin Hoffman), Nixon, entonces presidente de los Estados Unidos, ordenó personalmente en algunos casos, y autorizó en otros, que se cometieran actos ilegales, destinados a asegurar como fuese su victoria en las elecciones que podían llevarle a ser reelegido para otro mandato.

Todo comenzó cuando alguien, -llamado Forrest Gump, si aceptamos la versión de la película del mismo título protagonizada por Tom Hanks-, descubrió a unos intrusos paseándose a horas intempestivas dentro del Edificio Watergate, sede de campaña del partido Demócrata, principal oposición a Nixon, y decidió llamar a la policía. La consiguiente investigación, que duraría dos años, sacó a la luz los actos ilegales de los que antes hablaba, que incluían fraude en la campaña, espionaje político, auditorías de impuestos falsas, escuchas ilegales a gran escala, y un fondo secreto depositado en México para pagar a quienes realizaban estas operaciones.

Miembros del equipo de Nixon testificaron ante el Senado en su contra,revelando que el presidente tenía su propio sistema secreto de grabación de las conversaciones que mantenía en la Casa Blanca, ante lo que el Tribunal Supremo sentenció que debía entregarlas para ser oídas en el curso de la investigación.Nixon las entregó y, aunque se descubrió que parte de ellas había sido borrada, lo que se encontró bastó para un fallo condenatorio de la investigación del Senado y una acusación de la otra Cámara, la de Representantes.

Un papel clave en esta investigación lo tuvo un informante, perteneciente a la Administración Nixon, e identificado únicamente como "Garganta Profunda", que filtró desde dentro datos claves a dos periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein. Más de treinta años después, William Mark Felt, que en esa época era Director Asociado del F.B.I., reveló que él era en realidad "Garganta Profunda".

El presidente renunció a su cargo, siendo el único que lo ha hecho en la historia de su país, pero su sucesor, Gerald Ford, le concedió un generosísimo indulto por cualquier delito federal que hubiera podido cometer durante su mandato, demostrando así que el poder que nuestros "representantes" se dan a sí mismos ya hace mucho tiempo que es excesivo, que no hay nada que no consigan para sí mismos si tienen ocasión de trapichear entre ellos y, lo que es más grave, que hace mucho tiempo que han escapado a nuestro control.

El escándalo Watergate tuvo lugar entre 1972 y 1974. En Septiembre de este mismo año 2010, vuestro humilde narrador regresaba al trabajo después de sus vacaciones de verano, cuando dos compañeros le hablaron por primera vez de una página web llamada Wikileaks ("Wikifiltraciones"), que aparentemente estaba haciendo pública información clasificada, y por tanto, secreta, referente a los manejos de varios gobiernos entre los que se encontraba especialmente el de los Estados Unidos. Como ocurre que dicho país no es precisamente famoso por permitir que se sepa públicamente lo que hace, tanto dentro como muy particularmente fuera de sus fronteras, pedí a mis interlocutores un poco de tiempo para intentar contrastar lo que aparecía en la página antes de concederle credibilidad.

No hizo mucha falta. Las bruscas reacciones de algunos de los gobiernos implicados, negándolo todo e intentando desacreditar a la fuente, mientras detrás del escenario ganaban tiempo para respuestas más drásticas, parecían darle importancia a algo que de otro modo solo habría sido la enésima invención de un webmaster ansioso por tener visitas en su página. Y además, ocurrió algo que no me había sido muy difícil predecir cuando me hablaron por primera vez de la página, como no le hubiera sido muy difícil tampoco predecir a cualquiera que esté informado sobre cómo reaccionan Los De Siempre cuando se acaban publicando sus manejos, muy especialmente si entre Los De Siempre se encuentran, y a la cabeza como de costumbre, personas y organismos estadounidenses.

La cosa podría ir así: si las acusaciones fueran ciertas, estuvieran bien fundadas, y no se pudieran negar convincentemente, entonces se podría intentar desacreditar públicamente a quien levantó la voz implicándolo en un escándalo, para que, al quedar desacreditada la fuente, la gente no concediese importancia a sus informaciones. Y si pudiera hacerlo un gobierno amigo, mejor, así no parecería una venganza, ni nada personal. Y por supuesto nada de acciones drásticas, porque si se convirtiese en mártir al mensajero, se le está proporcionando un altavoz mundial, pero si con lo anterior no se le hubiera detenido, pues...

Es justo lo que le ha ocurrido a Julian Assange, director de Wikileaks. Excolaboradores suyos le acusan ahora de autoritarismo, de llevar una contabilidad demasiado poco transparente, y hasta de dejar tirados a sus informadores (lo cual, en el caso de una web especializada en filtraciones, podría llevar a que se quedase sin fuentes). Por otro lado, los responsables de Mastercard y Visa se han negado a seguir gestionando donaciones que la web pudiera recibir a través de ambas organizaciones de tarjetas de crédito. Pero nada de todo esto es comparable con lo que le ha ocurrido en Suecia.

Assange,ciudadano australiano, pidió un permiso de trabajo y residencia en ese país en Agosto de 2010, manifestando que lo consideraba un defensor de los derechos humanos. Su solicitud fue rechazada y, solo tres días después, una fiscal ordenaba su arresto acusado de violación. Aunque la acusación fue retirada a las pocas horas por falta de motivos, una semana después una fiscal superior decidió que sí había motivos y reabrió el caso.Las acusaciones contra Assange son haber forzado a una mujer a mantener relaciones sexuales mientras dormía, sin usar preservativo, así como haber usado todo el peso de cuerpo sobre otra mujer mientras mantenía relaciones sexuales con ella, igualmente sin preservativo, para obligarla a ceder. El abogado de las víctimas declaró que éstas se pusieron en contacto con la policía porque Assange no estaba localizable para hacerse la prueba del SIDA, tal como ellas hubieran querido. La detención no fue necesaria, porque él se entregó a las autoridades, que decretaron prisión sin fianza.

A pesar de preguntas más o menos obvias como por qué pediría alguien residir en un país cuya ley ha violado, o qué hay de cierto en unas declaraciones del propio imputado sobre el hecho de que hubiera sido alertado por los servicios de inteligencia de su propio país, Australia, de la posibilidad de que intentasen involucrarlo en un escándalo sexual, o por qué los Estados Unidos han creado un equipo de hasta 120 personas con el fin de frenar las filtraciones publicadas en Wikileaks, o por qué una excandidata a vicepresidenta de los Estados Unidos pide que le capturen comparándolo con Bin Laden y un asesor del primer ministro canadiense dice en una entrevista que debería ser asesinado... A pesar de todo eso, vuestro humilde narrador no puede estar seguro al 100% de que las acusaciones contra el director de Wikileaks sean falsas, y todo sea una conspiración contra él, aunque por el momento sea eso lo que cree.

Pero lo que no puedo, ni quiero, pasar por alto, es que el gobierno de nuestro país también está implicado en algunas de las filtraciones que publica la web de Julian Assange, y eso me da vela en este entierro a mí, y a todos y cada uno de los más de cuarenta millones de españoles.

Es un tema éste sobre el que pronto escribiré otra entrada, de la cual podéis considerar ésta un prólogo.

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