sábado, 29 de agosto de 2009

El nombre de la rosa (1982)


Los manuales de Historia de la Filosofía solían contarnos,-ignoro si aún existen, y si aún cuentan la misma Historia de la misma manera-, que en algunos lugares pertenecientes a las actuales Grecia y Turquía, en un momento nunca posterior al s.VI a.C., aparecieron unos cuantos individuos que, gracias a un auge económico, pudieron dejar de pasar todas sus horas diurnas atados a la práctica de la agricultura como modo de subsistencia.
Algunos de esos individuos empezaron a tener tiempo libre,a poder pensar en otras cosas, y,casi inmediatamente,a hacerse preguntas sobre ellos mismos y sobre su entorno,dando lugar a una nueva ciencia,(o al menos,a su vertiente “occidental”),pomposamente llamada tiempo después “Amor al saber” (Filosofía).Una de las numerosas y variadas cuestiones que fueron progresivamente interesando a estos “amantes del saber” fue el lenguaje.
Cualquiera podía apreciar la importancia del lenguaje.Con él se comunicaba el hombre con los dioses,quienes a su vez respondían mediante él ,entre otras formas valiéndose de los oráculos.Y,¿qué decir de los nombres que no se podían usar ,por miedo a que los seres que los llevaban aparecieran al haber sido nombrados? (está en el origen de los eufemismos) O,¿qué podía pasar en una sociedad como la Atenas del s.V a.C. ,en la que proliferaban los juicios sin abogado donde el mismo acusado debía defenderse a sí mismo oralmente? En ese caso concreto,el lenguaje podía ser herramienta de supervivencia,¿Acaso hay otra que consiga un fin más importante que ése?
Sí,definitivamente el lenguaje era algo muy importante y especial,que merecía analizarse,estudiarse a fondo.Intentar descubrir qué era eso especial que tiene la palabra hablada,(y después también la escrita),qué tipo de contenido porta sobre ella,que la convierte en algo más que un mero sonido o un trazo.La convierte en algo que,en el interior de nuestra mente,alude a otra cosa,la señala.Es la palabra por tanto una señal,un signo.Y ese contenido es lo que la hace signo,la “significa” (signum facere { significar).Y a la vez dicho contenido es también el resultado pasivo de tal acción de significar,es decir: su significado.Y los constituyentes materiales,es decir,los sonidos,las grafías,realizan la acción de significar,son el significante activo.
Esa unión de significante y significado convierte a algunos elementos del lenguaje,entre ellos a la palabra,en signo (sema,semeion).Y nos han llegado desarrollos del estudio de dicho signo (siguiendo con la nomenclatura griega clásica, semeioulogia,semiología) de nombres tan universalmente famosos como Platón y Aristóteles.Eso es así,pese a que obras de consulta más o menos modernas pretendan que figuras mucho más cercanas en el tiempo a nosotros,como Ferdinand De Saussure o Sanders Peirce,son los “padres” de la Semiología o Semiótica.
Avancemos un poco en el tiempo.En la Baja Edad Media,la iglesia católica ejercía el control ideológico y cultural con mano férrea y nula transigencia con las voces discrepantes.Como consecuencia,la teología lo ensuciaba todo,estando a su vez artificialmente blindada ante toda crítica.Consecuencia directa para la Filosofía fue la aparición de la Escolástica.
Conocido el riesgo que se corría al tratar determinados temas, en los que cualquier discrepancia con la ortodoxia aprobada por el papado podía convertirse rápidamente en herejía,y ser duramente castigada,el lenguaje se convertía en uno de los objetos de estudio de la filosofía grecolatina,-base de la Escolástica-,menos arriesgados a los que los pensadores del momento podían dedicarse.Por ello proliferarán los filósofos que producirán obras dedicadas a los estudios lingüísticos,también desde el punto de vista “semiótico”y caracterizarán a este período, entre otros, términos como Nominalismo,Conceptismo,Universal
No es,por tanto,de extrañar el hecho de que,de una manera u otra,un estudioso de la Semiótica deba ser igualmente un estudioso de la Edad Media.Esto se cumple escrupulosamente en la figura de quien puede ser justamente llamado el Sabio por excelencia de la Semiótica hace 40 años,el italiano Umberto Eco. En algún momento indeterminado de su vida,Eco sintió la irrefrenable necesidad de matar a un monje y,como él mismo dice,¿Quién no ha sentido esa necesidad alguna vez? Al no estar dispuesto a cometer el crimen físicamente,optó por escribir una novela en la que un personaje suyo lo hiciera por él.Tras años de trabajo silencioso,el resultado fue El nombre de la rosa (a la que,afortunadamente,según creo,acabó por no llamar La abadía del crimen,lo que pensó inicialmente).
En realidad,buena parte del contexto de la trama no es meritorio para nadie que sea capaz de bucear en libros de Historia medieval buscando ambientación,especialmente desde el momento en que nos apercibimos de que el personaje central es un monje británico cuyo nombre,Guillermo, nos evoca a Occam,mientras su origen,Baskerville,nos evoca a Sherlock Holmes y su famoso sabueso.A partir de aquí,nadie se extrañará de que la anécdota generadora de la acción,(un encuentro entre teólogos, representantes unos del papado, y otros , de la orden franciscana, para discutir las teorías sobre la pobreza del clero que estos últimos defendían),esté tomada directamente de la biografía del Occamita,ni tampoco de que el susodicho personaje central sea un firme defensor de los métodos racionalistas, ni mucho menos de que sea a él a quien se le encargue resolver el misterio de unos asesinatos de monjes que se están cometiendo en la abadía en la que se va a celebrar el encuentro.
Tampoco es así mismo, meritoria la materia estrictamente “detectivesca” de la obra,para alguien que sepa dominar los principios, desvelados largo tiempo atrás por los estudiosos de la teoría del relato, que generan este tipo de relatos, tarea en la que ayudaría ser un conocedor de las obras canónicas. (Para tal persona no habría dificultad en elegir aquellos elementos clásicos que considerase más útiles para su relato,tales como el crimen en la habitación cerrada,el falso culpable o la pista enigmática).Y ni siquiera los personajes son,en justicia,el mayor logro del autor,pues tanto sus descripciones como sus motivos pueden ser considerados arquetípicos.
En realidad,es su increíble riqueza temática la que convierte a esta novela en un clásico,(y, a la vez,la que obligó a su autor a publicar posteriormente un opúsculo,Apostillas a El nombre de la rosa,para aclarar algunas de las dudas,preguntas y/u observaciones recibidas de sus numerosos lectores,sin por ello destripar la novela que,evidentemente,conlleva procesos de decodificación individuales y subjetivos que solo debe realizar el lector por sí mismo.)Esa riqueza temática que obliga a quien quiera seguir la narración completamente,sin perder detalle,a tener a mano un manual de Historia de la Filosofía, otro de Historia de las Edades Antigua y Media,otro de Historia de la Literatura, otro de Historia del Arte,más los que se me puedan estar olvidando,para poder comprobar inmediatamente el significado de las alusiones,de las citas,de los nombres. Porque en este caso,la mayor parte de la inmensa riqueza del conjunto está en sus detalles.
Esta novela de Eco,como las que le han seguido, pone a prueba a sus lectores.Lo hace gracias a su propia naturaleza.Es como un bulbo comestible que oculta un corazón muy sabroso bajo innumerables capas que no se dejan retirar sin un cierto grado de esfuerzo,lo cual debería convertir el corazón en pieza apetitosa,en lugar de en inalcanzable,porque hayamos abandonado desanimados antes de haber retirado la última capa.Por eso mismo,cuando conozco a alguien que dice haber leído la novela,procedo casi inmediatamente a preguntarle “simplemente” (es un decir,porque ciertamente la pregunta no tiene nada de simple) de qué va.Así averiguo cuántas capas ha sido capaz de retirar,cuán cerca del corazón ha estado.(¿Más que yo? Cuéntame,te envidio/.¿Menos que yo? Escucha,estoy ansioso por compartir contigo lo que sé hasta ahora).
En cierta ocasión leí una cita de Jorge Luis Borges ,en la que venía a decir que en el tiempo empleado en leer de nuevo un libro ya leído, se había perdido la ocasión de leer un libro diferente por primera vez,lo cual él recomendaba.Pues bien,esta novela es un excelente ejemplo de lo contrario.De cómo una segunda lectura de un texto nos ayuda a descubrir en él,y en nosotros mismos,cosas que no descubrimos en la primera lectura,precisamente por carecer de experiencia en enfrentarnos a él.¿Casualmente?, el personaje con el que Eco “homenajea” a Borges es,precisamente,el villano de la historia.Aquel que desde su primera aparición pueda conseguir intimidarnos y que lo detestemos.Que deseemos su derrota y hasta su muerte…¿No dije que la causa generatriz de esta novela era que Eco deseaba matar a un monje? …Y,¿Por qué ese monje se parece a Borges?...
Carlos García Gual decía que si hablamos de un clásico,hay dos tipos de lector afortunado,a saber:El que ya lo ha disfrutado,y el que se reserva el mejor momento para hacerlo.Si no sois de los primeros,procurad pasar ya a ese grupo por lo que se refiere a esta novela.

sábado, 15 de agosto de 2009

Del Sueño Americano a París


Voy a inaugurar mis entradas con un comentario muy personal sobre lo que me pareció una película que vimos Paul y yo recientemente: Revolutionary Road.

Creo que, a grandes rasgos, podríamos dividir el cine en: las películas que nos hacen soñar en cómo querríamos que fueran nuestras vidas y las películas que nos hacen pensar en cómo no queremos que sean. Tal vez me pase un poco con esta simplificación, pero trataré de explicarme. Hay un tipo de cine, muy asociado con Hollywood, que nos hace pensar en cómo nos gustaría que fuera nuestra vida: grandes romances, historias en las que se cumplen sueños, superación personal, o por lo menos, son películas que nos permiten evadirnos de nuestro día a día: comedias, pelis de acción, etc. Y por otro lado, tenemos otro tipo de cine, el que nos hace pensar, el que muchas veces constituye por sí mismo una crítica social, una crítica política, etc y que no tiene por qué hacer una película "bonita" ya que su fin ni es estético, ni de entretenimiento.

Os pondré dos ejemplos: creo que en el primer grupo podríamos poner Titanic, una superproducción, una gran historia de amor. Tal vez algunos pensaréis que acaba fatal y que a nadie le gustaría que un iceberg chocara contra su crucero y su pareja, a la que acaba de conocer pero a la que ya ama por encima de todo, muriera; pero pensad: ¿no es maravilloso, por lo menos para las mentes soñadoras, ver una historia de amor que puede con todo, incluso con la propia muerte, tal y como dice la canción de Céline Dion: "Every night in my dreams, I hear you, I feel you, that is how I know you go on"? Dejando de lado que esa película no os gustara, supongo que todo el mundo estará de acuerdo en que la película se hizo para gustar, para que los corazoncitos de los espectadores latieran con fuerza y que al salir de los cines, aunque con los ojos llorosos, dijeran: "ay...¡qué bonita!".

Once años después de Titanic, los mismos protagonistas, Leonardo Dicaprio y Kate Winslet, vuelven a protagonizar otra película: Revolutionary Road, pero la sorpresa es que no la podríamos encajar dentro del primer grupo, todo lo contrario, constituye un magnífico ejemplo del segundo.

Revolutionary Road es una película acerca de sueños rotos...digamos que no sales del cine pensando que te gustaría haber vivido algo así. Es una película dura, directa y con pocos algodones de azúcar.

La historia de Revolutionary Road empieza con una Kathy Bates (sí, también aparece en Titanic) como agente inmobiliaria que enseña a una joven pareja (Leo y Kate) una casa maravillosa en una calle llamada Revolutionary Road, la casa es perfecta, en un lugar perfecto, lo que merece un matrimonio perfecto, todo perfecto por lo menos en apariencias. Y es que en esta historia, al igual que en American Beauty, las cosas no son lo que parecen a simple vista.

Para empezar, tardaremos poco en saber que el marido, Frank, tiene un lío con una de las secretarias de la oficina en la que trabaja y también sabremos que no es la primera vez. La vida de Frank parece necesitar de esas cosas, ya que su trabajo no le llena en absoluto y parece que en su vida apenas hay emoción y ve a su esposa más como a una madre que como a una compañera. De hecho, su mujer, también tendrá una aventura con uno de los vecinos y amigos de la pareja y veremos con claridad que está muy descontenta con su vida.

En un determinado momento de la película, el personaje interpretado por Kate Winslet, April, al parecer más consciente que su marido de lo grises que se están volviendo sus vidas, le propone a su esposo un acto desesperado: dejarlo todo e irse a vivir a París. El plan es el siguiente: él podrá dejar de trabajar para pensar en qué es realmente lo que quiere hacer y ella trabajará como secretaria en alguno de los organismos o empresas americanas de la capital francesa. En un primer momento, pese a lo radical del plan (entre otras cosas, tienen hijos pequeños), ella lo convence a él y durante un tiempo, vuelve la ilusión a sus vidas. Pero surgen dos problemas: a él le proponen un ascenso en el trabajo y ella se queda embarazada. No sigo, porque no quiero destriparos totalmente la película, si no la habéis visto, pero a mi modo de ver, no es una buena solución buscar respuestas externas a este tipo de problemas: ¿acaso no podrían ser desgraciadas sus vidas en París o es que en París todo es de color de rosa?

Creo que la película es todo un ejemplo de buen cine, de esas historias que podrían ser una excelente obra de teatro (si es que no lo era ya es sus orígenes). La actuación de ella le valió un Óscar, pero lo cierto es que ambos están muy bien. Al igual que lo está el hijo de Kathy Bates, supuestamente un loco que necesita electroshocks (no olvidemos que la película está situada en 1955), aunque seguramente el único problema que tiene es ver las cosas con demasiada claridad y ser incapaz de callárselas o de mirar hacia otro lado.

Lo mejor de todo creo que es la construcción de los personajes. Tal vez tras un análisis superficial de la acción, pueda parecer que la mujer está peor que él, pero discrepo: ella por lo menos es capaz de alarmarse, de ver lo que está pasando a su alrededor, aunque lamentablemente no encuentre un modo de cambiarlo sola. Podríamos establecer con los distintos personajes de la película, un ránking entre los que están más o menos dispuestos a reconocer lo insulsas que son sus vidas: a un extremo de esa lista deberíamos colocar al personaje de Kathy Bates, sólo preocupada en proyectar sus deseos en jóvenes parejas y justo al otro lado, tendríamos a su propio hijo que sólo aprueba actuaciones fruto de reflexiones 100% libres de consideraciones externas y que no tolera el ceder ante nada ni ante nadie. En medio de esos dos personajes, tan extremos, tendríamos: la esposa, la más cercana al "loco", a Leo, con una clara tendencia a no plantearse los problemas, sólo tratando de mirar hacia otro lado, y a la pareja de vecinos, con una esposa claramente vulnerable ante la idea de tener que cambiar o replantearse algo pero que se sabe profundamente insatisfecha. Pero toda esta retahíla de excepcionalmente bien dibujados personajes tiene algo en común: su infelicidad y su incapacidad para cambiarla. Podríamos decir que el más "sano" de todos es el loco, pero tampoco lo es totalmente ya que no tolera la frustración y no sabe qué hacer con su vida (lo vemos criticar a los demás, pero apenas habla de sí mismo).

En fin, una película que, como os he anunciado al principio, hace pensar. Así que si estáis preparados, no os la perdáis y si no lo estáis, miradla igualmente porque está bien que, de vez en cuando, se nos remueva algo por dentro.