miércoles, 18 de diciembre de 2013
HACER EL PRIMO
(Del diccionario de la Academia: primo. (Del lat. primus).
1. adj. primero.)
Interior día. El escenario: Un dormitorio de una vivienda particular.
Un despertador suena, repitiendo dos pitidos mecánicos a intervalos regulares. Una mano somnolienta se estira y pulsa un botón del despertador, que calla, al menos momentáneamente. Junto al despertador hay un radiodespertador que se enciende automáticamente. Se oye, a volumen bajo, la última emisora de radio que se estaba escuchando por la noche cuando nuestro hombre, a quien llamaremos X , se quedó dormido. Un famoso cantante mejicano, acompañado de un mariachi, canta: "Después me dijo un arriero que no hay que llegar primero pero hay que saber llegar..."
(***)
Interior día. El escenario: El andén de una estación de metro.
X sube a un vagón. Su viaje será breve. Solo dos estaciones, y además, bastante cercanas entre sí. Así pues, dado que bajará pronto, decide quedarse de pie al lado de la puerta, sin mirar siquiera si hay algún asiento libre.
Comienza su viaje. A medida que el tren se acerca a "su" parada, X nota cómo unos cuantos pasajeros se van acercando a las puertas de salida, incluida la suya. Inmediatamente tras él se encuentra una chica. X empieza a notar que el grupo de personas que se están reuniendo ejerce sobre él una fuerza hacia adelante, en forma de pequeños empujones que se repiten. En ese momento, observa que la distancia entre él y la puerta de salida se está reduciendo. Se agarra más fuerte con su mano al tirador.
El andén de llegada ya se ve, cada vez está más cerca. El número de personas que se amontonan puestas de pie tras él es mayor a cada momento. Los empujones aumentan en número e intensidad.
Cuando quedan apenas uno o dos segundos para que el vagón se detenga, la chica tras X hace una rápida contorsión gimnástica, que X prácticamente no ve, y pasa por debajo del brazo con el que éste se agarra al tirador, aprovechando los escasos milímetros que quedaban libres para colocarse la primera tras la puerta. (En otra toma desechada por menos espectacular, el movimiento rápido de la chica consiste en pasar por el otro lado, golpeándole ligeramente en el costado hasta colocarse igualmente delante de él).
El vagón finalmente se detiene, y sus puertas se abren. La chica ha conseguido su objetivo de salir de él en primera posición. X la ve correr hacia el andén de otra línea. Segundos más tarde, se dirige a la salida de la estación, pasando junto a ese otro andén. Ahora interesado, gira la cabeza en esa dirección, para ver un reloj electrónico que informa de que quedan más de cuatro minutos para la llegada del próximo tren. Bajo el reloj, ve cómo la chica de la contorsión hace un gesto de frustración cruzando los brazos por delante del cuerpo. Ese peliculero gesto que hizo que su cabeza estuviera a milímetros de recibir un doloroso, aunque involuntario, codazo de X, no le ha servido para detener el tiempo, ni para hacerlo ir más deprisa.
(***)
Interior día. El escenario: El interior de la cabina de un avión.
La voz del comandante irrumpe por los altavoces: En unos minutos el avión, que ya ha tomado tierra en el aeropuerto de la ciudad de destino, finalmente se detendrá. Pero hasta ese momento, los aparatos electrónicos, incluidos aquellos que disponen de un modo de funcionamiento especial para vuelo, deben estar apagados, y los pasajeros deben permanecer sentados y con el cinturón de seguridad ajustado hasta que la luz correspondiente se encienda sobre sus cabezas. Pero para eso, como ya ha dicho, faltan unos minutos.
Pocos segundos después de haber comenzado la alocución, ésta queda enterrada, prácticamente inaudible, bajo una montaña de ruidos de cinturones de seguridad que están siendo abiertos, de teléfonos móviles que están siendo encendidos, de pasajeros que se están poniendo en pie, cogiendo los bultos de los compartimentos sobre sus cabezas y amontonándose en el pasillo. Amontonándose, porque siguen faltando unos minutos para la parada completa, y las puertas no se abrirán hasta entonces.
Al parecer, piensa X para sí mismo, es muy importante para todos estos pasajeros bloquear el pasillo, impedir el acceso a las salidas de emergencia, (¡ay!, si pasase algo grave tal que ahora...), y, como mínimo, permanecer en pie durante todos esos minutos en lugar de estar cómodamente sentados.
(***)
Interior día. El escenario: El pasillo de una oficina.
X e Y se encuentran y comienzan una animada conversación. Al poco, X se da cuenta de que al encontrarse en pleno centro del estrecho pasillo, hacen muy difícil que nadie pueda pasar por ninguno de ambos lados. Propone a Y que ambos se desplacen un poco hacia uno de ambos lados. Acepta. Tras el ligero movimiento, ahora hay muy pocos centímetros entre ellos y la pared de uno de sus costados, pero respecto de la otra pared, queda un espacio más que digno para que pueda pasar una persona.
Pasados unos segundos, X ve cómo alguien se acerca. Mentalmente, se felicita en silencio por haberse anticipado al problema. Mientras su interlocutor le habla, X imagina cómo esta tercera persona pasa a su lado y continúa su camino sobrepasándolos. Al hacerlo, y sin darse cuenta, sigue con la cabeza esa ruta que aún no se ha producido. Cuando mira hacia atrás, descubre a otra persona que comienza a cruzar el pasillo en sentido contrario. Durante unos brevísimos segundos, X se pregunta quién dará paso a quién cuando ambos se encuentren en el punto donde sigue la conversación.
Parece que va a ocurrir. Que ambos paseantes se van a cruzar. Que uno de los dos, o ambos, se detendrán en aquel punto, y que uno de los dos dejará pasar al otro, para posteriormente pasar él.
Pero pocos centímetros antes, la persona que se acercaba a X por delante de él parece tomar un pequeño impulso en uno de sus pasos, aumenta súbitamente su velocidad, y se lanza hacia el minúsculo espacio entre X y la pared más cercana. Ése por el que era imposible pasar.
El caminante intrépido recibe un golpe de X, y otro al chocar momentáneamente con la pared, pero pasa. X, que a su vez ha recibido otro golpe del caminante, ve cómo éste, después de sobrepasarle, reduce de nuevo su velocidad y, sin mirar atrás, sin decir nada, sigue su camino con toda la tranquilidad del mundo. No transmite la sensación de tener ningún motivo especialmente inexcusable para haber recibido dos golpes.
(***)
Interior día. El escenario: El descansillo de una planta del edificio de la misma oficina.
Dos personas charlan amistosamente, paradas frente a la puerta del ascensor, cuyo botón de llamada han pulsado. La conversación es animada, el tema parece interesante. De vez en cuando, el ascensor se detiene, y las puertas se abren, pero ellos siguen a lo suyo, así que las puertas se vuelven a cerrar, y el ascensor sigue su camino. Esta situación se desarrolla desde hace más de diez minutos ante la hasta el momento despreocupada mirada de X, que está sentado del otro lado de la transparente puerta de salida de la oficina .
De repente, X se levanta, abre la puerta y sale al descansillo. Se coloca frente al ascensor, y pulsa el botón de llamada. A su lado, las dos personas siguen con su cháchara. Pasados unos segundos, las puertas del ascensor se abren, y X, muy pausadamente, entra en el ascensor y pulsa el botón del cuadro de mandos correspondiente a la planta baja. Las puertas comienzan a cerrarse...
Una de las dos personas que charlan, mientras mira a la otra a la cara, ve con el rabillo del ojo que el ascensor se marchará sin ellas una vez más. Por alguna razón, no parece estar dispuesta a que suceda justo ahora, así que con un rápido giro, pone su brazo entre ambas puertas, sin acertar con el punto donde se encuentra la célula de seguridad. Las puertas no se detienen, pero X tiene tiempo suficiente para pulsar el botón de apertura manual. Sin una palabra, los dos interlocutores suben al ascensor.
Pocos segundos después, éste llega a la planta baja. Las tres personas salen del ascensor y del edificio. Mientras se aleja, X puede ver cómo sus dos compañeros de viaje se han parado de nuevo junto a la puerta de salida, y siguen enfrascadas en la conversación, que nunca ha llegado a detenerse. Cuando, pasado un rato, X vuelva a entrar, advertirá que siguen en el mismo sitio. Podría haber sufrido un doloroso golpe en el brazo, quién sabe si algo más, y, ¿para qué?, piensa para sí X mientras pone en su cara la sonrisa característica de los gatos de Cheshire.
(***)
Interior día. El escenario: Otro andén de estación de metro.
X sale de un vagón junto con el resto de pasajeros. Forman una fila que se dirige a las escaleras mecánicas que suben hacia la salida. Mientras ellos salían del vagón por un lado, se abrían igualmente puertas del otro lado, por las que ha ido saliendo otro grupo de personas, que corren en lugar de andar.
Al llegar a la escalera mecánica, hay en ella dos filas de personas. A la derecha, los que esperan quietos en un escalón que se mueve hasta que el aparato llegue al piso superior. A la izquierda, las personas que corrían siguen corriendo, esta vez escaleras arriba. X no puede evitar preguntarse qué parte del funcionamiento de una escalera mecánica es la que no han entendido.
Poco después, X llega al contiguo andén de otra línea. Colgando del techo, ve otro reloj electrónico que, como el anterior, informa de que el próximo tren no pasará hasta dentro de más de cuatro minutos. Bajo él, compartiendo andén, X ve al grupo de agitados individuos que antes corrían. Hacen gestos de frustración. Normal. Toda su velocidad en saltar escalones, en subir por ellos a más velocidad de aquella con la que éstos ya subían, no ha conseguido detener el tiempo, ni hacerlo ir más deprisa. Tantas ganas de ir por libre, de ir a la contra, de dictar su propia ley, los ha colocado exactamente en el mismo sitio donde están los demás.
(***)
Interior noche. El escenario: El patio de butacas de un cine.
Antes de comenzar la película, antes incluso de comenzar los tráilers, se han proyectado tres anuncios publicitarios de productos diferentes. Dos de ellos compartían llamada al espectador: "¡Corra...!¡Dese prisa!...¡Llegue antes que nadie!...¡Sea el primero en aprovecharse!..."
Más de dos horas después, concluye la película. Un breve fundido en negro da paso a los títulos de crédito, que se prolongarán por más de cinco minutos. Apenas hace un segundo que han aparecido ya en pantalla, cuando los espectadores comienzan a levantarse masivamente de sus asientos y dirigirse apresuradamente a la salida. X, y otras dos o tres personas más, son la excepción. No se mueven de sus asientos hasta el final y, por tanto, pueden poner cara de asombro cuando, tras el último segundo de títulos de crédito, aparece una breve escena sorpresa que cambia por completo el final de la historia de la película. X no puede evitar acordarse de esa película de un famosísimo director que todos los años era emitida precisamente por el canal de televisión que introdujo en España la estúpida práctica de cortar de cuajo los títulos de crédito. Como consecuencia, nadie de cuantos comentaban la peli al día siguiente sabía que el villano seguía vivo.
(En otra toma desechada, poco después de que la gran mayoría de los espectadores se haya ido de la sala, las luces se encienden. El personal de limpieza entra en la sala, y comienza su tarea. El proyector se apaga. Nadie verá la famosa escena oculta tras los créditos, de cuya existencia se enterarán meses después, cuando compren el DVD).
(***)
Exterior noche. El escenario, una calle.
X avanza por la acera. De repente, se escucha un molesto jaleo de bocinas de coches que hace que gire la cabeza y mire a la calzada. Como era evidente, hay un atasco, y son los vehículos del final de la cola los que están dando el ruidoso concierto. Claro, piensa X, todo el mundo sabe, o debería saber, que joder a los peatones, y poner nerviosos a los demás conductores, con el truquito de la bocina, es un remedio infalible para desatascar una cola.
X sigue con la mirada la fila de coches. Observa cómo, casualmente, el último de ellos es un coche de policía. En ese mismo momento, las luces de emergencia del coche se encienden, y la sirena comienza a sonar estruendosamente. Los conductores de los vehículos que le preceden comienzan a maniobrar para apartarse a un lado u otro como buenamente pueden, incluso subiéndose a las aceras, para facilitar que el coche de policía pase por el medio. Cuando llega a la cabecera de la cola, las luces se apagan, la sirena deja de sonar, y el coche se aleja muy despacio del atasco. No había emergencia, no había persecución. Tampoco ganas de esperar.
(***)
Interior noche. El escenario, el salón de un domicilio particular.
X acaba de entrar en él tras cerrar la puerta de su casa, y dejar las llaves en el mueble de la entrada. Enciende la luz. Inmediatamente después, coge el mando del televisor y el del reproductor de discos compactos. Se decide por el segundo, que enciende mientras se dirige al mueble bar, donde se prepara un whisky con abundante agua y un solo cubito de hielo. Recordando qué disco estaba puesto, X, con el mando a distancia, pasa intencionadamente las dos primeras canciones, haciendo que la reproducción comience precisamente en la tercera. Por los altavoces comienza a salir la música. Un disco de casi cincuenta años de antigüedad, en el que el líder de una famosa banda canta con voz nasal: "Everybody seems to think I'm lazy. I don't mind, I think they're crazy running everywhere at such speed ...'til they find there's no need...". X se tumba en el amplio sofá extensible. Coge la cercana manta polar. Se tapa con ella y poco a poco se va quedando dormido. Fundido en negro y títulos de crédito, que nadie cortará hasta la mañana siguiente.
(***)
Cualquier parecido con la realidad es mucho más que mera coincidencia. Como pasa casi siempre, todo está tomado de la vida real.
domingo, 23 de junio de 2013
VOCACIÓN DE SERVICIO
"servir.
(Del lat. servīre).
(...)
15. tr. Repartir o suministrar algún producto a un cliente."
15. tr. Repartir o suministrar algún producto a un cliente."
(Del diccionario de la Real Academia)
A ese amigo que se declara voluntariamente pedante, y a la horma de su zapato, la mujer que más lee del mundo.
Hace unas semanas, Holly y yo fuimos de visita a una pequeña localidad que, sin ser costera, vive sin embargo en buena medida del turismo, gracias a la huella dejada por un personaje famoso que paró allí por un tiempo. Al llegar la hora de comer, buscamos un sitio que nos atrajese y, a la vez, no fuera muy caro. Después de un par de intentos fallidos, encontramos un sitio cuyos anuncios publicitarios parecían ofrecerlo todo: Cocina internacional...tapas...platos tradicionales...innovación... Entramos, y vimos una carta mientras esperábamos que nos atendieran: Disponían de menú. Bueno, pues allí sería.
Cuando por fin llega el momento de que nos atiendan, una mujer que no lleva uniforme de camarera, y que ya viene con la cara tensa, (el sitio estaba lleno, con lo que nos pareció normal...entonces), nos lleva al fondo del establecimiento, justo al lado de la cocina, lo cual puede hacer suponer que tardarán poco en atendernos.Pedimos el menú. La cara de Mrs. Tensa no mejora. Supongo que esperaba que pidiésemos algún plato caro de la carta...si es que los tenía, lo cual ya nunca sabremos. El caso es que ya empieza la historia en sí misma.
El primer plato no se puede elegir. Son tres -sí, literalmente, tres; Ni una, ni dos, ni cuatro- tapas. Y son las que son, nada de elegir, insisto. Pero la señora T. nos dice que una de las tres se ha agotado, y que nos la cambia por una croqueta de carne. Como ya sabréis, Holly no come carne, así que le pedimos que la suya nos la cambie por otra cosa. Madame T. se aleja para ver si puede hacer algo. (Y, ¿dónde se supone que va a averiguarlo? ¡ Si la cocina está allí a nuestro lado! ...Da igual. Tardará tanto en volver, que Holly se quedará sin el 33% de su primer plato, y a cambio yo repetiré de croqueta ).
El retraso en volver se repetirá cuando toque que nos traigan el segundo, y de nuevo cuando nos traigan el postre, así que el café,-o, en mi caso, la infusión-, mejor la tomamos en otro sitio. Pero toda esa espera me servirá para presenciar otra escena significativa en la mesa de al lado, donde unos clientes que parecen ser del Este de Europa son atendidos con el mismo semblante por la camarada T., que les informa de que el pescado que han pedido se ha agotado. Como en nuestro caso, para averiguar qué puede hacer, se aleja de la cocina todo cuanto puede, y, como en nuestro caso, no volverá en unos buenos veinte minutos. Pero entre tanto, saldrá de la cocina alguien que, al ver la mesa vacía, les preguntará qué habían pedido y ¡oh, sorpresa! ¡sí que hay pescado!...No, no, no, Frau T., al ver al cocinero hablando con clientes, se acerca y, pese a que el cocinero sigue en sus trece con lo de que sí queda atún, ella lo deja claro, que para eso debe ser,-no queda otra, visto como se impone sobre el cocinero-, la jefa: No hay, y además nadie va a hacer nada por comprobarlo. Estos clientes se irán aún antes que nosotros, creo.
Un menú en el que hay platos que no puedes elegir, el retraso, y, no se me olvide, la mediocre calidad de los platos, hacen que, cuando salimos, el autobombo de sus anuncios publicitarios sea la gota que colma el vaso. Y que yo me decida, y así se lo anuncie a Holly, a resucitar nuestro blog con este tema como excusa.
Recordé en el momento a Lelio, ese hombre que siempre va conmigo, a quien os presenté en esta entrada .
Él me tiene dicho que hay al menos dos tipos de personas en el mundo del comercio: Aquel que quiere prestarte un servicio, pero a cambio se ve obligado a cobrarte un precio, (porque él también tiene que vivir,añado yo), y aquel que quiere cobrarte un precio, pero a cambio se ve obligado a prestarte un servicio (porque si no, a lo peor no picabas, añado yo también). Lo que ocurre es que el sistema se encarga de que proliferen los segundos, que son, precisamente, los que hacen la vida un poco más desagradable. Ya se sabe que casi nadie hace con gusto aquello a lo que se ve obligado, y es normal que cuando uno hace cosas a disgusto, se note. Que se lo pregunten al ceño de la señora T.
Pocos días después, para que no se me olvide, la vida me ofrece otro recordatorio. Holly, un amigo común y yo vamos a un restaurante. Puede que en este caso, el tiempo de espera entre apariciones de camareros fuera inferior que en el primero, lo concedo. Pero la característica que compensa viene a la hora de pagar: Nos acercamos a la caja, y, voilà! Nadie a la vista... excepto un camarero que disfruta de su cena sentado en una mesa. Esperamos,esperamos y seguimos esperando a que aparezca alguien y nos cobre, a que por lo menos el camarero que cena avise a alguno de sus compañeros.Pero no, nada de eso.
Cuando el período de espera ya empieza a pasar de castaño oscuro, les digo a Holly y a nuestro amigo algo que ya he dicho antes más de una vez: Yo puedo estar obligado a pagar, pero no creo estarlo a insistir en que se me cobre. Por tanto, les sugiero que caminemos tranquilamente hacia la puerta de salida. Aceptan.Por supuesto, cuando ya tenemos el tirador de la puerta en la mano, aparece alguien dispuesto a cobrar.
Yo no quiero tener esclavos, ni mucho menos. Y entiendo como el primero que una persona pueda tener un mal, incluso un muy mal, día en el puesto de trabajo, y más cuando dicho trabajo consiste en tratar todo el día con clientes, es decir, extraños, cada uno de las cuales es hijo de su padre y de su madre, como suele decirse,y gasta los modales que le apetece.Y además, defiendo la justicia social, así que me suelo solidarizar con alguien que está mal pagado, y/o trabaja más horas que yo, y además sigue trabajando en días festivos.
Y también creo que en el mundo de los establecimientos de hostelería no debería bastar con Servir15 (si os despisto, me remito ahora a la introducción de esta entrada). Porque creo que satisfacer a su cliente es (no debería ser, es), uno de los fines para que existen, que son, creo, muchos más que simplemente hacer caja. Que es necesario un equilibrio entre Servir15 y Servir2.
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