domingo, 29 de mayo de 2011

La atmósfera de El oficinista



Hoy os quería hablar de El oficinista, una novela escrita por el argentino Guillermo Saccomanno, que resultó ser la obra ganadora del Premio Biblioteca Breve de 2010. Muchos escritores dicen que los premios no son importantes, pero lo cierto es que pueden ser una estupenda manera para llegar a más lectores, tal y como me pasó a mí en este caso porque viendo lo que decía el jurado del premio sobre la obra, me picó la curiosidad. Por suerte, su lectura no me defraudó.


El protagonista de esta novela es un hombre que trabaja desde hace muchos años llevando la contabilidad de una empresa. La mayor parte de su vida transcurre en una oficina debido a la gran cantidad de trabajo que tiene y también porque, como se va viendo a medida que transcurren las páginas, lo que le espera en casa no es nada bueno. Su vida como oficinista transcurre sin apenas relacionarse con nadie. Sin destripar demasiado sobre el argumento, puedo decir que su rutina se verá quebrada al iniciar una relación con la secretaria de su jefe. Su existencia empezará entonces a no parecerle tan gris.


Pero sin entrar en pormenores argumentales, lo que me llamó más la atención es que en El oficinista la atmósfera es tan importante como el retrato de sus protagonistas (mención aparte merece la hiperbólica mujer del oficinista) o el argumento en sí porque no sólo envuelve el relato, sino que lo dota de una gran fuerza literaria.


El libro se sitúa en una ciudad que puede ser cualquier gran ciudad de occidente, en una especie de mundo futuro, pero no muy lejano, o tal vez en lo que los guionistas de Fringe llamarían un universo paralelo. De cualquier modo, el protagonista tiene que lidiar cada día con rabiosos perros clonados, ratas por todas partes, o con que sea de lo más normal que un servicio de asistencia llegado en ambulancia a una estación de metro atienda a una mujer rubia que se ha desmayado al ver el parto de una india, mientras que la parturienta es ignorada sin que nadie se eche las manos a la cabeza por ello.


Tal vez la novela se sitúe en un mundo postapocalíptico, no lo sabemos, no hay en las 199 páginas del libro ninguna referencia clara al porqué de estas diferencias que creemos tan notables en relación a nuestro mundo real. Aunque, si reflexionamos un poco, tal vez lo que a simple vista nos puede chocar tanto, no diste tanto de nuestra realidad, la única diferencia sea que en esta obra se nos presente crudamente y sin eufemismos.


Tal y como dice la contraportada del libro: “esta novela encierra una antiutopía, un mundo Ballard, pero también Dostoievski”. Y yo añadiría que para mí el referente más claro de esta novela es Kafka y El Proceso. El mundo de K, es decir, un mundo en el que no parece haber un motivo claro por el que suceden las cosas, o por lo menos, parece no importarle a nadie, está aquí muy presente. La expresión “pesadilla kafkiana” retoma con El oficinista su significado más acertado al presentarnos un mundo que, a simple vista, puede resultarnos conocido pero que, a medida que vamos ahondando en él, sólo queremos que se acabe y del que, sobre todo, queremos poder despertarnos o, por lo menos, mirar hacia otro lado y hacer como si no existiera.

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