jueves, 4 de febrero de 2010

Invisibilidad, empujones y puertas que se abren


Ha habido un largo silencio, fruto de una atareada vida que parece que nos deja siempre con la sensación de no tener las suficientes horas al día para hacer lo que nos gustaría pero que, a la vez, consigue que en algunos momentos, tengamos la sensación de que los días son demasiado largos.
Hoy os quería hablar de la asombrosa capacidad que tienen algunas personas por hacerte creer que eres invisible. Hace años, leí un artículo genial de Quim Monzó en el que hablaba de lo mismo, él contaba, si mal no recuerdo, que a veces iba a un bar y quería pedir algo en la barra y no le hacían caso y a él le entraba la duda, vergonzosa pero tan real como una patada en el estómago, de que tal vez fuera invisible. Cuando leí ésto pensé ‘no soy a la única a la que le pasa’.
A veces, voy en el metro y parece que la única persona en el mundo que se preocupa por no dar un golpe a los demás o de que no se lo den, soy yo. Si consigo sentarme, pienso ‘ya verás como no te verán e irán a sentarse encima de ti’ y la duda continúa y continúa hasta que llego a la salida y paso entre los sensores de las puertas que me conducen al exterior y pienso ‘ésta es la prueba de fuego: si soy invisible, no se abrirán’ pero entonces, es cojonudamente agradable cuando las puertas me reconocen y me dejan pasar.
Con los años, he ido aceptando que no soy invisible y, hasta la fecha, nadie se ha sentado encima de mí ni en el metro ni en el autobús. Sin embargo, ésto me ha creado otra duda, otro problema que trato de resolver: ¿si no soy invisible, por qué simulan que no me ven?
Y en eso estoy, tratando de entender por qué algunos se empeñan en fingir algo que es imposible, realmente preferiría que no lo hicieran, que me dijeran directamente aquello que me fastidia tanto que no me digan. Porque ahora ya no hablo de empujones en el metro, ahora hablo de empujones mucho peores, de esos que te duelen porque no te los esperas y crees que no te mereces, de los que te impactan directamente hasta humedecerte los ojos de rabia y de impotencia.
Sí, llevo una temporadita difícil, he tenido unos cuantos días de esos de ‘mejor que me hubiera quedado en casa’. Sin embargo, aunque me cabrean, ahora ya he aprendido: sé que las puertas al final, cuando encuentro la salida, se acaban abriendo porque eso, afortunadamente, no depende de ellos...¡y cuánto me gusta!

3 comentarios:

  1. Me ha encantado tu comentario. Yo también me he sentido invisible muchas veces. Como buen colomense que soy mi conclusión ha sido la que sigue:la gente es gilipollas. Se pierden entre sus yoes y no les interesa saber nada de mis mies. Mala suerte

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  2. Sí, Juan, es un buen resumen: la gente es gilipollas. ¡Me encanta! Yo tanto rollo, tanto rollo y tú lo has resumido a la perfección ;)
    Y me gusta eso de los "yoes" y los "míes". Muy bueno, sí, señor...

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