domingo, 8 de junio de 2014

¿ESTAMOS SOLOS EN LA GALAXIA...O ACOMPAÑADOS?

 
 
 
 
Ningún hombre es una isla. (John Donne).

-¡Muy buenas! ¿Qué tal ha ido el día?

-Pues mira...menos mal que en la oficina tenemos aire acondicionado...Que por cierto, lo ponen tan fuerte que a veces hasta hace frío...Pero es que ir por la calle era asfixiarse...

-Aire acondicionado lo tendrás tú...Yo en el taller solo tengo un puñetero ventilador de esos de pie, y por mucho que lo pongo a que gire, me paso el día sudando...Por lo menos por la noche refresca un poco, porque si no...

-Pues sí...

-Bueno, y, ¿Qué te cuentas hoy? Anda, cuéntate una historia de las tuyas...

-¿Sabes que nunca me ha gustado que me digan eso? Y conste que no eres el primero que lo hace...Y temo que tampoco serás el último..."Cuéntate algo"...Solo os falta añadir "...que estoy aburrido". Pero, ¿Qué os creéis? ¡Que cuando yo cuento una de mis anécdotas, voy en serio!

¿-Y qué tiene de malo que a los que te oímos tus historias nos entretengan? Macho, yo de ti me lo tomaría como un cumplido. Peor sería que te tomasen por un pesado, y nadie te quisiera oír, me parece a mí...

-No, si no te creas, que eso también me pasa, y no me gusta más que lo otro...De hecho, con lo mucho que me gusta hablar, si solo pudiera elegir entre ambas posibilidades, obviamente preferiría que me tomasen por un entretenimiento, a que pasasen de mí, y no tuviera auditorio...

-Pues venga, cuéntate algo, anda, a ver si así dejamos de notar este calor...

-Pues te voy a contar algo de esta misma noche. Precisamente, desde que me ha pasado no puedo pensar en otra cosa.

Hoy ha sido un día horrible en el curro. Un montón de documentación nueva que preparar desde cero, toda para hoy mismo; un montón de correos electrónicos que contestar; otro montón de documentación antigua que revisar, actualizar, y volver a guardar; otro montón de peticiones de ayuda que atender, y no siempre hechas con buenas maneras...En fin, que solo he tenido las dos paradas obligatorias, la de desayunar y la de comer, y ni siquiera he podido cepillarme los dientes después de comer, de lo apurado que iba de tiempo.

Pero además, cuando finalmente he salido, con casi media hora de retraso, he tenido que hacer unas compras que ya no se podían dejar para mañana. Y eran varias cosas, todas en tiendas diferentes, de aquí para allá cargado con bolsas, y sin descuidarme, para que no cerrara ninguna de las tiendas antes de que me diera tiempo a llegar.

Finalmente me ha dado tiempo a todo, pero se me ha hecho de noche, claro. Y cuando he llegado al metro, me he encontrado un vagón muy típico de horas nocturnas entre semana. Ya sabes, cinco o seis personas todas reunidas al principio del vagón, y al fondo, todo vacío.

El caso es que yo a esas alturas ya iba muy cansado, tanto física como psicológicamente. Y dado que me esperaban unas cuantas paradas hasta casa, y que lo último que me apetecía, era mezclar cosas que me habían pasado en el curro, y que no me podía quitar de la cabeza, con interesantísimas conversaciones sobre programas de telebasura, o sobre políticos, o sobre famosos, o sobre futbolistas del Barça, o chismes de patio interior...Vamos, que yo solito me he ido al fondo del vagón, y me he sentado lo más lejos que he podido del resto de pasajeros. Quería estar solo.

Y todo ha ido muy bien...hasta que hemos llegado a la primera parada. Donde ha subido al vagón un tío, que al principio ha permanecido de pie, en la zona donde se concentraba la gente. Pero unos pocos segundos después, se lo ha pensado mejor, y ha empezado a avanzar hacia el fondo. y ¿a que no adivinas? ¡Justo! Se me ha sentado al lado. Y por supuesto, para dar la razón a Murphy, ha sacado su teléfono, y se ha puesto a hablar con alguien...del próximo partido del Barça.

Yo no daba crédito. El tío no quería estar solo, porque en el vagón quedaban secciones donde se habría podido sentar solo; pero tampoco quería estar con gente, porque no se había sentado en la zona concurrida. Entonces, ¿Qué coño quería, además de hacer la gracia? ...Joder, claro, pensé para mí, y de inmediato saqué de la riñonera el iPod y me puse a los Beatles. Pero ya era tarde. La buena noticia era que había dejado de pensar en el curro, pero la mala, es que cuando nos hemos visto yo seguía dándole vueltas a los motivos que podía haber tenido el personaje para hacer la gracieta. Y me venía a la cabeza un lema de un anuncio de televisión de hace muchos años; de un perfume, concretamente. Decía: "Cada hombre es una isla..."

Me pregunto por qué dejamos que nos inculquen esa obsesión por estar solos, por separarnos de nuestros semejantes. Si hemos avanzado desde los tiempos en que vivíamos en cuevas, y aún no conocíamos el fuego, ciertamente ha sido porque decidimos cooperar, vivir en grupo, compartir intereses. De hecho, como dice esa frase tan manida pero cierta, es la unión la que hace la fuerza, así que todo aquel que quiere debilitarnos, para poder hacer con nosotros lo que quiere, empieza por separarnos, por manipularnos recalcando todo aquello que nos separa y, sobre todo, insistiendo en la preeminencia del individuo. Como si naciésemos solos...O como si viviésemos solos toda nuestra vida, sin que nadie nos rodease...Seis mil quinientos millones de habitantes, y unos cuantos, muchos, demasiados de ellos, queriendo ser los únicos en su pedacito de tierra...Los únicos en su playa...

-Pues mira, ahora que dices eso de la playa...Hace dos sábados, cuando tú ya te habías ido, llegó Víctor. Venía rojo como un salmonete. Seguramente habría estado en la playa,y así había sido. Cuando le pedí, como a ti, que se contase algo, empezó a decir que había "encontrado la playa perfecta", que "no vuelvo  a ir nunca más a otra", que "después de ésta, ninguna..." Nada, que el gachón había encontrado por casualidad la playa ideal: "Agua clara...arena blanca y fina como polvos de talco...y por supuesto, desierta: Nadie con quien compartirla. Bueno, tal vez esté a dos kilómetros del último sitio donde se puede aparcar un coche...y puede que el último de esos dos kilómetros haya que andarlo poniendo con cuidado los pies en piedras resbaladizas y puntiagudas...Pero vamos, que el sitio lo vale". Me insistió una y otra vez en que fuera con él al día siguiente, pero yo había quedado, así que le dije que no se preocupara, que ya habría tiempo para que le acompañase si el sitio estaba tan bien como él lo describía. Igualmente, tú sabes que a mí la playa no me mata.

El tío llevaba todo el rato una sonrisa de oreja a oreja que no se le quitaba, y presumía de la envidia que iba a dar el lunes siguiente en el trabajo cuando dijese que había encontrado una playa virgen, que no conoce nadie, y, ¿Cómo la iba a conocer nadie, si él mismo se había topado con ella de chorra y por casualidad mientras pescaba en una Zodiac ? Y, ¿Cómo la iba a conocer nadie, si para llegar hay que hacer dos kilómetros a pata, la mitad de ellos jugándose el pellejo? Estaba claro que él y solo él conocía el secreto, y no estaba dispuesto a compartirlo sino con unos pocos escogidos que le mereciesen confianza y se comprometieran a no irlo contando por ahí, porque...¡qué asco le daría a él ir un día y encontrarla llena de domingueros con sombrilla y nevera!

No sé si recuerdas que Víctor madruga mucho, con lo que entre semana se va pronto a la cama, y viene por aquí mucho antes que yo, con lo que normalmente solo le veo el pelo los findes. Durante esa semana me acordé por lo menos un par de veces de él, y pensaba qué tal le iría en su curro fardando de una playa sin decir dónde estaba, con lo que probablemente ni el tato se creería el bonito cuento de la playa desierta...

El caso es que el sábado siguiente, -o sea, este pasado-, no me aguantaba las ganas de verlo para saber qué había pasado, y cuando por fin llegó, para empezar, del color salmonete solo quedaba una sombra, y la sonrisa de oreja a oreja se había esfumado. Al principio no quise parecer ansioso por cotillear, así que aguanté cuanto pude sin sacar el tema. Y mira que no me lo ponía fácil, porque solo contestaba con monosílabos, y refunfuñando. Así que mi prudencia duró poco, y como no tenía plan para el domingo, le pregunté, intentando parecer inocente, cuándo íbamos a ir a esa playa de la que me había hablado el finde anterior.

Fue poner el dedo en la llaga: "¡No me hables!, ¡No me hables! No vuelvo a ir a una playa en mi puñetera vida! ¡No veas qué ridículo...qué vergüenza...qué asco! Me levanto, muy temprano para la hora a la que suelo levantarme los sábados, para poder disfrutar de más horas de sol;  y muerto de sueño, meto la nevera portátil en el coche, y me gasto una pasta en ponerle gasolina; me tiro un buen rato en carretera; me pego un paseíto de dos kilómetros,  durante el último de los cuales no paro de hacerme polvo las plantas de los pies pisando piedras puntiagudas, y cuando llego...¡sombrillas!, ¡tumbonas!,¡niños!...y cuando me acerco...¡Uno de ellos es mi vecino el de la tienda! Y me cuenta que lleva años yendo por allí...que le habló del sitio un cliente , que siempre va con su familia, y que llegaría un rato después...Que la playa se abarrota a medida que va pasando la mañana...Aguanté la decepción cuanto pude, y luego aproveché que pasaba una pequeña nube como excusa para irme corriendo...Lo dicho, que no vuelvo a una playa en mi vida...No se te ocurra volver a hablarme de playas nunca más..."

-Excelente ejemplo, si señor...Pero oyéndote hablar, me ha venido a la cabeza otro ejemplo: Un vecino mío, bastante pijo, al que llamábamos "Cowboy". Un finde me lo encontré. Yo llevaba una sudadera que me acababa de comprar a muy buen precio en Zara, y que me salió buena. De hecho, aún la tengo. Él. como siempre, llevaba una megapija. Me dijo que era de importación, que se la habían traído desde Estados Unidos. Le había costado diez veces lo que a mí la mía. Cuando, iluso de mí, le pregunté si le compensaba gastarse esa burrada en una simple sudadera, que en el peor de los casos podía mancharse de lejía, o romperse por quedarse accidentalmente enganchada en cualquier lado, con una simple sonrisa me respondió que para él era dinero bien invertido, porque se compraba ropa para disfrutar llevándola puesta. Y que no podría disfrutar llevando puesto algo como mi sudadera de Zara, sabiendo que todo el mundo se habría comprado una exactamente igual que la suya, y que en cualquier momento se podía encontrar con alguien que la llevase puesta al mismo tiempo que él la suya. En ese mismo momento pensé: A ti te ponía yo a currar por el salario mínimo, a ver si así tirabas el dinero a la basura de esa forma...
 
-No te creas. Eso tampoco le frenaría. Con decirte que tengo un compañero de curro que algunos meses no puede llevar a su hija a la guardería, porque no tiene dinero para pagar el recibo...Pero eso sí, lleva siempre el último modelo de iPhone, y en cuanto sale uno nuevo, ahí lo tienes a él estrenándolo...
 
-Por eso no les interesa amueblarnos bien el coco. Porque entonces Steve Jobs, por decir alguien, no habría sido multimillonario, y ¿qué importa más? ¿Qué seis mil millones de personas tengan acceso gratuito a una educación de calidad, o que Apple pueda poner el precio que le dé la gana a sus iPhones,eh?
 
-Sin duda, lo verdaderamente importante para la democracia, la libertad de mercado y tal y tal, es lo segundo, claro. Eso siempre estará más protegido y asegurado que lo otro, dónde va a parar...
 
 

lunes, 17 de marzo de 2014

L'ONORATA SOCIETÀ PART II: LEYES DEL MERCADO

 

                              

 
 "Hay dos tipos de economistas; los que trabajan para hacer más ricos a los ricos y los que trabajamos para hacer menos pobres a los pobres". (José Luís Sampedro).
 
(Para aquellos que se incorporaron tarde a este blog, esta entrada es una suerte de continuación de la que puede encontrarse aquí: http://criticasliquidas.blogspot.de/2010/11/lonorevole-societa.html)

Erase una vez una gran empresa multinacional llamada Lenteja ©. Tenía cientos de miles de empleados en sedes por todo el mundo, y grandes instalaciones donde se fabricaban sus productos, que eran grandes y muy caros, y tenían fama de ser muy buenos.


En su mismo mercado, el de los procesadores de piroborzutina cálcica, había otra empresa multinacional llamada Nevera ©. Era mucho más pequeña, tenía muchos menos empleados, y menos instalaciones, donde se fabricaban equipos menos grandes y mucho menos caros, pero igualmente buenos a la hora de hacer su trabajo, que los de Lenteja ©.

Nuestra historia comienza al mismo tiempo que esa gigantesca estafa internacional que, para no ofender a los honorables emprendedores, accionistas y otros hombres de negocios que la pusieron en marcha, hemos dado en llamar crisis.

No pocas empresas de ésas que no escatiman en gastos cuando se trata de que sus altos ejecutivos visiten a gastos pagados países que no conocen, para celebrar innecesariamente en el extranjero importantísimas reuniones de negocios que podrían celebrar permaneciendo en sus despachos gracias a Internet, ahorrando así miles de euros/dólares, vieron el cielo abierto.

Tenían la excusa perfecta para despedir a unos cuantos miles de empleados fijos, y sustituirlos por precarios subcontratados aportados por empresas de trabajo temporal, ahorrando así otros cuantos miles de euros/dólares con los que subir las primas de sus altos ejecutivos. Y por supuesto, también tenían la excusa para coaccionar a proveedores en general para que rebajasen sus tarifas. Porque claro, la crisis nos afecta a todos...

Algunas de estas empresas locas por rebajar gastos eran precisamente compradoras de productos de Lenteja ©.  que de repente, vinieron a darse cuenta de que los productos de Nevera © trabajaban igual de bien. Y de que si bien la imagen corporativa había dictado hasta ese momento que solo equipos caros eran dignos de la empresa, ahora la coherencia decía que para hacerse pasar por víctimas de la crisis, parte del disfraz obligaba a comprar lo barato en vez de lo caro.

Asi pues, Lenteja ©.  empezó a perder clientes en favor de Nevera ©, y la tendencia llegó a los oídos de todos los profesionales de la piroborzutina cálcica en general. Y al poco, alguien,-posiblemente un empleado de Nevera ©-, le dio la primicia a uno de sus contactos. Concretamente, a un periodista.

La cosa apareció publicada. Los teóricos verdaderos dueños de Lenteja ©.  (o sea, sus accionistas) no tenían ni idea de por qué ahora los equipos de esa empresa parecían peores que los de la otra (Y ¿Cómo lo iban a saber, si ni los habían visto en foto?). Lo que sí sabían es que ellos habían comprado acciones de esa empresa porque les habían prometido que ganarían una cantidad indecente de dinero sin moverse del sofá. Pero ahora Nevera © vendía más, y los mismos especialistas que les aconsejaron en su momento comprar acciones de Lenteja ©. , ahora empezaban a recomendarles venderlas rápidamente, porque Lenteja © estaba en horas bajas, y comprar en su lugar las de Nevera ©, que obviamente estaba en alza.

Esto también salió publicado, en periódicos de color salmón: Las acciones de Lenteja ©.  se estaban desplomando, y el valor de las de Nevera © subía como la espuma. Los altos cargos del consejo de administración de Lenteja ©.  tenían que hacer algo. Todos ellos sabían perfectamente que aunque la calidad de sus equipos no hubiese bajado lo más mínimo, la verdadera importancia de una empresa fabricante de equipos de procesamiento de la piroborzutina cálcica lo suficientemente grande como para operar en bolsa ya no radica en sus productos, ni en sus trabajadores, sino en el valor de sus acciones.

Algún profano, totalmente desconocedor del mundo empresarial, al enterarse de la situación, probablemente habría sugerido bajar los precios de los productos Lenteja ©.  para hacerlos competitivos. Más aún, si hubieran sabido de la inmensa diferencia entre lo que costaba fabricarlos y el precio por el que se los vendía. Pero eso solo habría mostrado lo ya mencionado: Su total desconocimiento del mundo de los negocios. Afortunadamente, los verdaderos dueños de Lenteja ©.  (a saber: sus escasos accionistas mayoritarios) eran personas muy preparadas, y sabían qué debían hacer.
 
El mercado, siempre se nos ha dicho, está regulado por sus propias leyes, que, siempre se nos ha dicho, son las mejores, y hay que dejarlas operar con libertad. Así pues, en este caso, nuevamente, había tan solo que dejar actuar a las leyes de mercado, avisándolas previamente mediante el encendido de la batseñal del tejado.
 
Por supuesto, éstas acudieron inmediatamente a la llamada urgente, como siempre acuden en caso de necesidad. Se produjo una llamada de teléfono,  y tras una conversación, fue convocada una reunión entre los escasos verdaderos propietarios de Lenteja © y los de Nevera ©.
 
En el trascurso de dicha reunión, fue hecha una oferta que sus destinatarios no podían rechazar. Y así fue, no la rechazaron. A fin de cuentas, ellos no estaban en el mundillo para fabricar procesadores de piroborzutina cálcica -eso era meramente accidental- sino para forrarse el riñón sin dar golpe. Y ahora les acababan de ofrecer una cantidad inmoral de dinero simplemente por vender sus acciones, y con ello su empresa. No había ni que levantarse de la silla. Así pues, Nevera © fue vendida a Lenteja ©.
 
Inmediatamente Lenteja © hizo lo que cualquiera habría hecho: Realizar las modificaciones oportunas a su nueva posesión, para hacerla adecuada a sus gustos. Las fábricas de Nevera © no eran en absoluto necesarias, y los miles de trabajadores que habían pertenecido a su plantilla, tampoco.
 
Y por supuesto, los productos también se vieron afectados. Para empezar, en el nombre: Si eran propiedad de Lenteja ©, debían llevar su nombre: Ah, pero si la gente los compraba por ser Nevera ©, eso debía ser tenido en cuenta: De inmediato, comenzó el diseño de nuevos catálogos de productos Lenteja © (antes Nevera ©) para los comerciales.
 
El toque final fue el precio: Siempre se nos ha dicho que lo bueno debe ser caro, y lo caro debe ser bueno. Así que a los nuevos productos Lenteja © (antes Nevera ©) se les cambió el precio, colocándolos a escala Lenteja ©. Es decir, incrementándolo cuantiosamente. Curiosamente, sin haber cambiado en nada su calidad. Muy al contrario, pronto se llegó a la conclusión de que se podía ahorrar costes rebajando un poco la calidad de los materiales con los que se los fabricaba. Eso puso muy contentos a los dueños de Lenteja ©: Productos más baratos que se vendían más caros, es decir: Lo que siempre se buscaba.

 Cuando los clientes empezaron a descubrir que los productos Lenteja © (antes Nevera ©)eran tan caros como los Lenteja © a secas, llegaron a una fácil conclusión: Si la razón que les había hecho decidirse por ellos en el pasado ya no existía, dejaban de ser necesarios. A fin de cuentas, crisis o no crisis, en realidad siempre habían tenido suficiente para comprar Lenteja ©, así que volvieron a hacerlo, y todos tan contentos...¿O no?
 
Llegado un punto, los expertos de Lenteja ©  se fueron dando cuenta de que ya no era rentable seguir fabricando productos que nadie iba a comprar, así que fueron clausurando sus líneas de producción, hasta que Nevera © se convirtió en un nombre que solo se utilizaba en conversaciones sobre el pasado...Y que un día dejó de usarse para siempre.
 
Evidentemente, los defensores de las leyes del mercado debían mostrarse contentos con los resultados finales de la experiencia: Unas fábricas que producían herramientas perfectamente válidas fueron clausuradas. Unos trabajadores cuya calidad nadie ponía en duda fueron despedidos. Una empresa que proporcionaba soluciones más baratas desapareció para siempre.  Los escasos accionistas mayoritarios de Nevera © se forraron el riñón aún más. Y por último, Lenteja © siguió vendiendo sus productos innecesariamente caros en la tranquilidad de que seguía siendo perfectamente capaz de eliminar a quien les hiciera competencia.
 
ADVERTENCIA: LOS NOMBRES Y EVENTOS QUE FIGURAN SON TOTALMENTE FICTICIOS. CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES MERA COINCIDENCIA.
 
 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

HACER EL PRIMO




(Del diccionario de la Academia: primo. (Del lat. primus).
1. adj. primero.)

Interior día. El escenario: Un dormitorio de una vivienda particular.
Un despertador suena, repitiendo dos pitidos mecánicos a intervalos regulares. Una mano somnolienta se estira y pulsa un botón del despertador, que calla, al menos momentáneamente. Junto al despertador hay un radiodespertador que se enciende automáticamente. Se oye, a volumen bajo, la última emisora de radio que se estaba escuchando por la noche cuando nuestro hombre, a quien llamaremos X , se quedó dormido. Un famoso cantante mejicano, acompañado de un mariachi, canta: "Después me dijo un arriero que no hay que llegar primero pero hay que saber llegar..."

                                          (***)

Interior día. El escenario: El andén de una estación de metro.
X sube a un vagón. Su viaje será breve. Solo dos estaciones, y además, bastante cercanas entre sí. Así pues, dado que bajará pronto, decide quedarse de pie al lado de la puerta, sin mirar siquiera si hay algún asiento libre.

Comienza su viaje. A medida que el tren se acerca a "su" parada, X nota cómo unos cuantos pasajeros se van acercando a las puertas de salida, incluida la suya. Inmediatamente tras él se encuentra una chica. X empieza a notar que el grupo de personas que se están reuniendo ejerce sobre él una fuerza hacia adelante, en forma de pequeños empujones que se repiten. En ese momento, observa que la distancia entre él y la puerta de salida se está reduciendo. Se agarra más fuerte con su mano al tirador.

El andén de llegada ya se ve, cada vez está más cerca. El número de personas que se amontonan puestas de pie tras él es mayor a cada momento. Los empujones aumentan en número e intensidad.
Cuando quedan apenas uno o dos segundos para que el vagón se detenga, la chica tras X hace una rápida contorsión gimnástica, que X prácticamente no ve, y pasa por debajo del brazo con el que éste se agarra al tirador, aprovechando los escasos milímetros que quedaban libres para colocarse la primera tras la puerta. (En otra toma desechada por menos espectacular, el movimiento rápido de la chica consiste en pasar por el otro lado, golpeándole ligeramente en el costado hasta colocarse igualmente delante de él).

El vagón finalmente se detiene, y sus puertas se abren. La chica ha conseguido su objetivo de salir de él en primera posición. X la ve correr hacia el andén de otra línea. Segundos más tarde, se dirige a la salida de la estación, pasando junto a ese otro andén. Ahora interesado, gira la cabeza en esa dirección, para ver un reloj electrónico que informa de que quedan más de cuatro minutos para la llegada del próximo tren. Bajo el reloj, ve cómo la chica de la contorsión hace un gesto de frustración cruzando los brazos por delante del cuerpo. Ese peliculero gesto que hizo que su cabeza estuviera a milímetros de recibir un doloroso, aunque involuntario, codazo de X, no le ha servido para detener el tiempo, ni para hacerlo ir más deprisa.

                                              (***)

Interior día. El escenario: El interior de la cabina de un avión.
La voz del comandante irrumpe por los altavoces: En unos minutos el avión, que ya ha tomado tierra en el aeropuerto de la ciudad de destino, finalmente se detendrá. Pero hasta ese momento, los aparatos electrónicos, incluidos aquellos que disponen de un modo de funcionamiento especial para vuelo, deben estar apagados, y los pasajeros deben permanecer sentados y con el cinturón de seguridad ajustado hasta que la luz correspondiente se encienda sobre sus cabezas. Pero para eso, como ya ha dicho, faltan unos minutos.

Pocos segundos después de haber comenzado la alocución, ésta queda enterrada, prácticamente inaudible, bajo una montaña de ruidos de cinturones de seguridad que están siendo abiertos, de teléfonos móviles que están siendo encendidos, de pasajeros que se están poniendo en pie, cogiendo los bultos de los compartimentos sobre sus cabezas y amontonándose en el pasillo. Amontonándose, porque siguen faltando unos minutos para la parada completa, y las puertas no se abrirán hasta entonces.

Al parecer, piensa X para sí mismo, es muy importante para todos estos pasajeros bloquear el pasillo, impedir el acceso a las salidas de emergencia, (¡ay!, si pasase algo grave tal que ahora...), y, como mínimo, permanecer en pie durante todos esos minutos en lugar de estar cómodamente sentados.

                                             (***)

Interior día. El escenario: El pasillo de una oficina.
X e Y se encuentran y comienzan una animada conversación. Al poco, X se da cuenta de que al encontrarse en pleno centro del estrecho pasillo, hacen muy difícil que nadie pueda pasar por ninguno de ambos lados. Propone a Y que ambos se desplacen un poco hacia uno de ambos lados. Acepta. Tras el ligero movimiento, ahora hay muy pocos centímetros entre ellos y la pared de uno de sus costados, pero respecto de la otra pared, queda un espacio más que digno para que pueda pasar una persona.

Pasados unos segundos, X ve cómo alguien se acerca. Mentalmente, se felicita en silencio por haberse anticipado al problema. Mientras su interlocutor le habla, X imagina cómo esta tercera persona pasa a su lado y continúa su camino sobrepasándolos. Al hacerlo, y sin darse cuenta, sigue con la cabeza esa ruta que aún no se ha producido. Cuando mira hacia atrás, descubre a otra persona que comienza a cruzar el pasillo en sentido contrario. Durante unos brevísimos segundos, X se pregunta quién dará paso a quién cuando ambos se encuentren en el punto donde sigue la conversación.

Parece que va a ocurrir. Que ambos paseantes se van a cruzar. Que uno de los dos, o ambos, se detendrán en aquel punto, y que uno de los dos dejará pasar al otro, para posteriormente pasar él.
Pero pocos centímetros antes, la persona que se acercaba a X por delante de él parece tomar un pequeño impulso en uno de sus pasos, aumenta súbitamente su velocidad, y se lanza hacia el minúsculo espacio entre X y la pared más cercana. Ése por el que era imposible pasar.

El caminante intrépido recibe un golpe de X, y otro al chocar momentáneamente con la pared, pero pasa. X, que a su vez ha recibido otro golpe del caminante, ve cómo éste, después de sobrepasarle, reduce de nuevo su velocidad y, sin mirar atrás, sin decir nada, sigue su camino con toda la tranquilidad del mundo. No transmite la sensación de tener ningún motivo especialmente inexcusable para haber recibido dos golpes.

                                               (***)

Interior día. El escenario: El descansillo de una planta del edificio de la misma oficina.
Dos personas charlan amistosamente, paradas frente a la puerta del ascensor, cuyo botón de llamada han pulsado. La conversación es animada, el tema parece interesante. De vez en cuando, el ascensor se detiene, y las puertas se abren, pero ellos siguen a lo suyo, así que las puertas se vuelven a cerrar, y el ascensor sigue su camino. Esta situación se desarrolla desde hace más de diez minutos ante la hasta el momento despreocupada mirada de X, que está sentado del otro lado de la transparente puerta de salida de la oficina .

De repente, X se levanta, abre la puerta y sale al descansillo. Se coloca frente al ascensor, y pulsa el botón de llamada. A su lado, las dos personas siguen con su cháchara. Pasados unos segundos, las puertas del ascensor se abren, y X, muy pausadamente, entra en el ascensor y pulsa el botón del cuadro de mandos correspondiente a la planta baja. Las puertas comienzan a cerrarse...

Una de las dos personas que charlan, mientras mira a la otra a la cara, ve con el rabillo del ojo que el ascensor se marchará sin ellas una vez más. Por alguna razón, no parece estar dispuesta a que suceda justo ahora, así que con un rápido giro, pone su brazo entre ambas puertas, sin acertar con el punto donde se encuentra la célula de seguridad. Las puertas no se detienen, pero X tiene tiempo suficiente para pulsar el botón de apertura manual. Sin una palabra, los dos interlocutores suben al ascensor.

Pocos segundos después, éste llega a la planta baja. Las tres personas salen del ascensor y del edificio. Mientras se aleja, X puede ver cómo sus dos compañeros de viaje se han parado de nuevo junto a la puerta de salida, y siguen enfrascadas en la conversación, que nunca ha llegado a detenerse. Cuando, pasado un rato, X vuelva a entrar, advertirá que siguen en el mismo sitio. Podría haber sufrido un doloroso golpe en el brazo, quién sabe si algo más, y, ¿para qué?, piensa para sí X mientras pone en su cara la sonrisa característica de los gatos de Cheshire.
                                      
                                               (***)

Interior día. El escenario: Otro andén de estación de metro.
X sale de un vagón junto con el resto de pasajeros. Forman una fila que se dirige a las escaleras mecánicas que suben hacia la salida. Mientras ellos salían del vagón por un lado, se abrían igualmente puertas del otro lado, por las que ha ido saliendo otro grupo de personas, que corren en lugar de andar.

Al llegar a la escalera mecánica, hay en ella dos filas de personas. A la derecha, los que esperan quietos en un escalón que se mueve hasta que el aparato llegue al piso superior. A la izquierda, las personas que corrían siguen corriendo, esta vez escaleras arriba. X no puede evitar preguntarse qué parte del funcionamiento de una escalera mecánica es la que no han entendido.

Poco después, X llega al contiguo andén de otra línea. Colgando del techo, ve otro reloj electrónico que, como el anterior, informa de que el próximo tren no pasará hasta dentro de más de cuatro minutos. Bajo él, compartiendo andén, X ve al grupo de agitados individuos que antes corrían. Hacen gestos de frustración. Normal. Toda su velocidad en saltar escalones, en subir por ellos a más velocidad de aquella con la que éstos ya subían, no ha conseguido detener el tiempo, ni hacerlo ir más deprisa. Tantas ganas de ir por libre, de ir a la contra, de dictar su propia ley, los ha colocado exactamente en el mismo sitio donde están los demás.

                                              (***)

Interior noche. El escenario: El patio de butacas de un cine.
Antes de comenzar la película,  antes incluso de comenzar los tráilers, se han proyectado tres anuncios publicitarios de productos diferentes. Dos de ellos compartían llamada al espectador: "¡Corra...!¡Dese prisa!...¡Llegue antes que nadie!...¡Sea el primero en aprovecharse!..."
Más de dos horas después, concluye la película. Un breve fundido en negro da paso a los títulos de crédito, que se prolongarán por más de cinco minutos. Apenas hace un segundo que han aparecido ya en pantalla, cuando los espectadores comienzan a levantarse masivamente de sus asientos y dirigirse apresuradamente a la salida. X, y otras dos o tres personas más, son la excepción. No se mueven de sus asientos hasta el final y, por tanto, pueden poner cara de asombro cuando, tras el último segundo de títulos de crédito, aparece una breve escena sorpresa que cambia por completo el final de la historia de la película. X no puede evitar acordarse de esa película de un famosísimo director que todos los años era emitida precisamente por el canal de televisión que introdujo en España la estúpida práctica de cortar de cuajo los títulos de crédito. Como consecuencia, nadie de cuantos comentaban la peli al día siguiente sabía que el villano seguía vivo.

(En otra toma desechada, poco después de que la gran mayoría de los espectadores se haya ido de la sala, las luces se encienden. El personal de limpieza entra en la sala, y comienza su tarea. El proyector se apaga. Nadie verá la famosa escena oculta tras los créditos, de cuya existencia se enterarán meses después, cuando compren el DVD).

                                             (***)

Exterior noche. El escenario, una calle.
X avanza por la acera. De repente, se escucha un molesto jaleo de bocinas de coches que hace que gire la cabeza y mire a la calzada. Como era evidente, hay un atasco, y son los vehículos del final de la cola los que están dando el ruidoso concierto. Claro, piensa X, todo el mundo sabe, o debería saber, que joder a los peatones, y poner nerviosos a los demás conductores, con el truquito de la bocina, es un remedio infalible para desatascar una cola.

X sigue con la mirada la fila de coches. Observa cómo, casualmente, el último de ellos es un coche de policía. En ese mismo momento, las luces de emergencia del coche se encienden, y la sirena comienza a sonar estruendosamente. Los conductores de los vehículos que le preceden comienzan a maniobrar para apartarse a un lado u otro como buenamente pueden, incluso subiéndose a las aceras, para facilitar que el coche de policía pase por el medio. Cuando llega a la cabecera de la cola, las luces se apagan, la sirena deja de sonar, y el coche se aleja muy despacio del atasco. No había emergencia, no había persecución. Tampoco ganas de esperar.

                                    (***)

Interior noche. El escenario, el salón de un domicilio particular.
X acaba de entrar en él tras cerrar la puerta de su casa, y dejar las llaves en el mueble de la entrada. Enciende la luz. Inmediatamente después, coge el mando del televisor y el del reproductor de discos compactos. Se decide por el segundo, que enciende mientras se dirige al mueble bar, donde se prepara un whisky con abundante agua y un solo cubito de hielo. Recordando qué disco estaba puesto, X, con el mando a distancia,  pasa intencionadamente las dos primeras canciones, haciendo que la reproducción comience precisamente en la tercera. Por los altavoces comienza a salir la música. Un disco de casi cincuenta años de antigüedad, en el que el líder de una famosa banda canta con voz nasal: "Everybody seems to think I'm lazy. I don't mind, I think they're crazy running everywhere at such speed ...'til they find there's no need...". X se tumba en el amplio sofá extensible. Coge la cercana manta polar. Se tapa con ella y poco a poco se va quedando dormido. Fundido en negro y títulos de crédito, que nadie cortará hasta la mañana siguiente.

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Cualquier parecido con la realidad es mucho más que mera coincidencia. Como pasa casi siempre, todo está tomado de la vida real.